Introducción
Cuando hablamos de apego, nos referimos a un vínculo —eminentemente afectivo— que se forja entre dos individuos a lo largo del tiempo, y que facilita la comunicación emocional entre los mismos, esto es: se perciben como figuras que proporcionan seguridad y protección, empatía, afecto o amor.
Este vínculo suele surgir y/o consolidarse alrededor de los 12 meses tras una serie de etapas cuyo inicio incluso se remonta al periodo de gestación. Pero es a partir del primer año que el niño/a desarrolla estrategias de apego y donde se recomienda fomentar el contacto. Existe una figura (de apego) que suele predominar sobre el resto (p. ej., un progenitor frente a otro familiar) en cuanto a su disponibilidad (en forma de tiempo o cercanía) así como capacidad para atender una demanda emocional por parte del niño/a.
Tipos de apego
En la infancia podemos distinguir dos grandes tipos de apego:
-Apego seguro: apela al progenitor que tiene capacidad para responder satisfactoriamente una demanda emocional del niño o niña. Lo notamos cuando existe una búsqueda repetida por el contacto físico y emocional en el tiempo, por parte del niño, así como la capacidad del progenitor por mostrarse sensible y empático a la hora de acceder a sus demandas. Es por esta “calidad afectiva” que se perciben beneficios a nivel de autoestima, confianza y autonomía a posteriori.
-Apego inseguro: apela a la figura de los progenitores que no responden satisfactoriamente a estas demandas emocionales, bien sea porque no comprenden tales demandas (apego ansioso-ambivalente), porque existe rechazo (apego ansioso-evitativo) o porque coincide un caso de maltrato físico y psicológico (apego ansioso-desorganizado).
Funciones del apego
Para hacernos una idea del tipo de apego consolidado, basta con imaginar una situación en la que un niño entra en una sala con su progenitora, por ejemplo, en la consulta de un médico. Imaginemos que en la recepción hay un pequeño espacio infantil donde hay dispuestos muchos juguetes. Al tratarse de un espacio nuevo (o poco habitual en su rutina), podemos encontrar niños más susceptibles a la exploración de dicho espacio, o por el contrario más aferrados a la figura del progenitor. Planteemos el caso de que el niño empieza a interactuar con estos juguetes, y entonces su progenitora abandona la sala. Tan pronto como el niño perciba su ausencia, empezará a llorar, manifestando un apego seguro (en este caso a través de una conducta búsqueda de atención), conducta que solo cesará cuando la progenitora regrese a la sala: en este momento, el niño reaccionará aliviado, y en poco tiempo vuelve a estar interactuando con estos juguetes, así como girándose para comprobar que su progenitora continúa allí. En esta interacción es factible la capacidad de su progenitora para atender de manera cariñosa la demanda de su hijo. Por el contrario, puede que el niño muestre indiferencia ante su ausencia, o bien que la progenitora regrese y el niño la evite (apego ansioso-evitativo, donde se aprecia un retraimiento a nivel emocional); también puede suceder que el niño llora cuando la progenitora se va, pero a su vuelta el niño la busca o la rechaza (apego ambivalente). En el caso del apego desorganizado, lo encontramos en la paradóijca situación de que un niño, igual que necesita de su progenitora para sobrevivir, es al mismo tiempo esta figura la que causa miedo y ansiedad en él, lo cual es más propio en casos de maltrato. En este mismo ejemplo, podemos encontrarnos con la situación de que en dicha sala aparece una figura “extraña”, bien sea otro niño o individuo que acude a la misma sala. Podemos fijarnos en el comportamiento del niño para valorar lo siguiente: su capacidad para iniciar una interacción con un desconocido, si ante la presencia de un extraño el niño permanece más cerca de su figura de apego o por el contrario mantiene las distancias, o si por el contrario existe ambivalencia.
Beneficios de un apego seguro
La literatura científica ha abordado en numerosas ocasiones los beneficios que reporta el apego seguro en el desarrollo de la personalidad del individuo en su futuro. Debido a la sensación de protección, así como a ver sus necesidades de afecto satisfechas, ambos factores tienden a correlacionar con el desarrollo de una alta autoestima y autoconcepto (no olvidemos, la autoestima es la valoración afectiva del autoconcepto o qué definición tenemos de nosotros/as mismos/as). Por lo general, existe mayor tendencia a la empatía y cooperación con otros individuos, incremento de la autoconfianza y desarrollo de conductas prosociales. A la hora de expresar sus emociones, por ejemplo ante una situación de crítica, se orientan más hacia la interacción asertiva en lugar del estilo agresivo o pasivo.
Puede que en el contexto social sea donde más afloran este tipo de beneficios, sobre todo si atendemos a la capacidad de estos individuos, ya adultos, en sus formas de gestionar la ansiedad o de reponerse ante circunstancias adversas. Lo mismo puede aludirse a nivel de dependencia. En cierto sentido, a veces la literatura popular confunde apego seguro con dependencia, concretamente al referirse a la ansiedad por separación (cuando por ejemplo el niño llora por notar la ausencia de su madre), cuando realmente nos estamos refiriendo a la idea de que, al sentar las bases de nuestros futuros vínculos como adultos, establecemos unas estrategias de apego con nuestro círculo de confianza durante la infancia, siendo en este momento cuando realmente esperamos lo mejor de nuestra figura de apego. Por el contrario, en un apego inseguro lo que se espera es el abandono o sufrir daño por parte de esta figura. El distanciamiento afectivo por parte de la figura de apego, concretamente cuando el niño/a lo necesita, puede promover la desconfianza general hacia terceros, lo cual es una limitación significativa a la hora de consolidar relaciones afectivas en el futuro. Por el contrario, nos encontramos una mayor autonomía a la hora de satisfacer estas necesidades si en la primera infancia vemos satisfecha la necesidad de afecto.
Recomendaciones para el apego seguro
La primera y fundamental recomendación se basa en la capacidad de que la figura de apego muestre disponibilidad y accesibilidad a la hora de atender la petición emocional del niño o niña. Es por ello aconsejable que durante el periodo “crítico” de entre 12 y 18 meses se procure pasar el mayor tiempo posible con el niño. Esto no implica que otros familiares, en concepto de cuidadores, queden al margen de atender al niño/a.
El vínculo se va desarrollando en el propio cuidado diario del niño/a. Debido a que durante estas interacciones el niño/a recibe sensaciones agradables, cada vez que perciba la presencia de la figura de apego sentirá alivio y bienestar: una mayor disponibilidad de tiempo favorece la repetición de estas experiencias de apego consolidando la relación afectuosa entre ambos. Al mismo tiempo, a mayor tiempo atención dedicada mayor será la capacidad para interpretar su necesidad.
Para ello, primordial el cariño incondicional, es decir, la aceptación del niño/a tal y como es. Las formas más habituales de demostrar este cariño se muestran a través del contacto físico, sobre todo en forma de caricias, besos o abrazos, tanto para el que ríe como para el que llora, para el bebé al que resulta más difícil cuidar como para el que tiene noches muy tranquilas. Este cariño no debe depender de su comportamiento, es decir, retirar el afecto porque está llorando. Necesita especialmente sentir el cariño en los momentos que parezcan difíciles, incluso cuando se ha de establecer límites y normas a tales comportamientos.
La cercanía, además de física, también se basa en la expresividad: el niño o niña puede reconocer emociones a través de los gestos al dirigirnos a él/ella. Si la comunicación es cariñosa, incluso al expresar un enfado, se capta mejor su atención. El contacto también se extiende al contacto visual o a tomarlo en brazos (contacto con la piel). Pero tal cercanía no debe confundirse con sobreprotección. Permitid que el niño o niña explore su alrededor para que poco a poco aprenda aquello que es capaz de hacer (desarrollo de autonomía). Los límites han de ser adecuados a su edad y desarrollo, y deben formar parte de la educación con el objeto de estimularle, no de sobreprotegerle.
En este sentido, la última recomendación se basa en hacer acordes a la situación nuestras expectativas sobre el desarrollo del niño o niña. Aunque es cierto que existen comportamientos típicos o propios según cada etapa, debemos reconocer que cada criatura es un único ser, es decir, tiene su propia personalidad. No es tan importante comprender cómo es un niño “a su edad”, sino cómo es el vuestro en ese momento. Y sobre todo, que en ese momento sea una certeza que disfruta de la compañía de su figura o figuras de apego.