En estos tiempos de alarma sociosanitaria y confinamiento, podemos tener ciertos pensamientos automáticos negativos recurrentes que nos desborden cuando notamos en nuestro organismo algún tipo de alteración, síntoma o malestar similar a los del COVID-19. También puede ocurrir que hagamos interpretaciones en la que las sensaciones corporales que percibimos son, en realidad, la incipiente realidad de esta grave enfermedad. En ese momento nos bombardeamos con mensajes como “ya lo he cogido”, “de esta no salgo”, “seguro que mis familiares también lo tienen”, “tengo que hacerme la prueba cuanto antes, debo ir a urgencias”, o muchos más pensamientos alarmistas de diferente índole que nos crearan malestar.
A partir de esos pensamientos intrusivos, la sintomatología que experimentamos nos genera ciertas sensaciones intensas y desagradables que, de forma también automática, puede abocarnos a una actitud fóbica frente a nuestras molestias, o de otro lado, a comportarnos de forma compulsiva comprobando y comparando los síntomas del coronavirus con los que estás percibiendo, buscando en internet mucha información sobre el COVID-19 o acudiendo a urgencias del Hospital. En ese momento, podríamos decir que caemos en las garras de la hipocondría.
La hipocondría podría considerarse, en esencia, como una actitud que el individuo adopta ante la enfermedad, focalizando toda su atención en sus funciones básicas fisiológicas, pudiendo encontrar cualquier detalle que puede ser interpretado como fuente segura de enfermedad. En el caso del COVID-19, cualquier tipo de molestia física, cansancio, tos o cambios en la autoregulación y sensación de la propia temperatura corporal pueden llevarnos a pensamientos recurrentes sobre que padecemos esta enfermedad.
Esta actitud hipocondríaca podría ponerse en marcha cuando, por diferentes circunstancias de la vida, hacemos asociaciones cursando con un miedo desmedido a la muerte, al dolor, al sufrimiento o a la debilidad… e incluso a la dependencia de otros.
Así pues, la característica esencial del hipocondríaco en la situación que nos acontece es la preocupación y el miedo a padecer, o la convicción de tener esta enfermedad, a partir de la interpretación personal de alguna sensación corporal o cualquier otro signo que aparezca en el cuerpo aunque pruebas o expertos nos digan que no es así.
Vamos a señalar algunos ejemplos específicos para que se entienda mejor. Imaginemos que tenemos dolor de cabeza, estornudamos o tosemos de forma inhabitual o simplemente nos cae la moquita. Acudiremos al médico inmediatamente, e independientemente que mi médico e incluso los datos de mi prueba de coronavirus me aseguren que no tengo el virus, los pensamientos negativos que me invadieron me dejarán tranquilo durante un corto espacio de tiempo, ya que rápidamente buscaré la seguridad de que no pasa nada, pero cuando vuelva a percibir otro síntoma, la excesiva preocupación irrumpirán de nuevo entrando en un círculo vicioso interminable.
En cuanto a la hipocondría, se sabe que este trastorno no es que sea hereditario, pero su predisposición afecta a menudo a ambientes familiares. Hay familias que son especialmente sensibles y están muy inclinadas hacia la interpretación de los signos de enfermedad en todos los ámbitos de la vida. De esta forma, los miembros de la misma familia aprenden a interpretar negativamente cualquier signo corporal y lo asocian con angustia, miedo o ansiedad, asumiendo de forma catastrófica los signos corporales más ínfimos por parte del individuo que son los mecanismos que desencadena la hipocondría.
De todas formas, en un principio, no es adecuado descartar inicialmente que una persona hipocondríaca padece el COVID-19. Lo haremos cuando los diferentes estudios y pruebas lo descarten. También tendremos en consideración las posibles reacciones psicosomáticas que se producen cuando la persona con hipocondría centra su atención emocional en determinadas funciones biológicas, llegando a provocar verdaderas reacciones y síntomas orgánicos, haciendo que síntomas leves derivados de situaciones anticipatorias o imaginarias (tos, dolor de cabeza, etc.) se conviertan verdaderamente en importantes.
Respecto al tratamiento, estamos ante un trastorno de ansiedad, por lo que como ya hemos comentado, el principal síntoma de la hipocondría es la preocupación excesiva por su salud. En algunos casos, se utilizan psicofármacos inicialmente para controlar los síntomas ansiosos tan importantes que padecen estos pacientes. Desde grupoVOLMAE consideramos que un tratamiento altamente efectivo para el tratamiento de la hipocondría, en el que se esté constantemente rumiando sobre los síntomas, ya sean reales o imaginarios, es el afrontamiento psicoterapéutico desde la terapia cognitivo-conductual. Este conjunto de técnicas han demostrado su eficacia al promover la reducción de la angustia y el miedo a la enfermedad y al ayudar a reinterpretar y a afrontar con éxito los diferentes problemas y vicisitudes que desbordan la vida del hipocondríaco.
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