¿Qué es la huella psicológica o huella psíquica?
Vamos a ponernos en situación. Una mañana, te levantas temprano para ir a hacer unas compras. Pasas antes por el cajero a por un poco de cash y, antes de meter los 2 billetes de 50€ en la cartera, te sale un tipo flaco de no se sabe dónde, con una navaja en la mano y, como diría Sabina, te susurra: “dame la pasta y no te hagas el valiente, que me pongo muy nervioso si me enfado”. Tú, que nunca te has visto en una de estas, te asustas, mueves los brazos como los gigantes del Quijote y el chico se pone nervioso y te corta en un dedo. Te quita el dinero de las manos y sale corriendo como alma que lleva el diablo. Te quedas allí, durante 30 segundos, sin poder respirar, temblando, paralizado. Pensaste cuando te cortó que te mataría. En principio el corte no ha sido mucho, apenas una tirita y ya está, pero a nivel psicológico es posible que el susto te dure más tiempo, te deje HUELLA.
Esto es lo que en psicología llamamos huella psicológica o huella psíquica, y se define como el daño o la consecuencia psicológica que puede presentar una persona tras la experimentación de una situación traumática (donde pensó que podría morir o sufrir graves daños, por ejemplo). Es decir, una reacción emocional, psíquica, totalmente coherente en un contexto de peligro, pero que, una vez desaparecido este contexto, se mantiene. Es lo que comúnmente llamamos “secuela” de un incidente o acto. De esta forma, una circunstancia concreta, como un accidente de coche, una agresión por parte de otra persona, un vecino que nos intimida… puede producir una alteración psicológica, cognitiva o emocional que se mantiene durante un periodo de tiempo prolongado, incluso después de desaparecer el evento o la situación de peligro, interfiriendo en nuestra normal actividad y rutina diaria, en diferentes áreas de nuestra vida (personal, familiar, social, laboral) o generándonos un intenso malestar.
La huella psicológica puede ser temporal, durar unos días o unas pocas semanas y desaparecer. Pero también puede consolidarse por diferentes motivos, en los que no vamos a entrar porque sería contenido para otro post, y prolongarse durante mucho tiempo, sin poder la persona afectada gestionar dicho estado y sintiendo gran malestar por el mismo. En nuestro ejemplo, la persona puede tener miedo a salir de casa, se asusta con frecuencia, tiene pesadillas relacionadas con el atraco, si ve un cuchillo presenta ansiedad, etc.
Cuando la huella psicológica, las secuelas, se generan por un suceso que consideramos injusto y/o provocado por otras personas, o cuando nos posiciona en una situación de discapacidad o pérdida de capacidades o, simplemente, porque nos molesta, podemos iniciar una causa legal, ya sea por vía judicial o administrativa.
En términos coloquiales, “esto que me pasa (mis secuelas) son culpa de otro y es injusto, así que quiero una compensación, del tipo que sea, por lo que voy a poner poner una denuncia.
¿Que ocurre si doy inicio a alguno de estos procedimientos?
Cuando denuncio lo que digo es: “esto que me pasa es culpa de esto que me ocurrió”. Pero eso es lo que dices tú y lo primero que habrá que hacer es demostrarlo.
En los entornos jurídicos o medico-legales lo que se va a hacer va a ser una evaluación, de una parte de la existencia o no de dichas secuelas y, de otra, de la causalidad de las mismas. Es decir, en caso de que, efectivamente, se perciban posibles problemas psicológicos compatibles con unas secuelas, hay que valorar las diferentes hipótesis posibles sobre la causa; y la hipótesis de la simulación o exageración siempre va a estar presente. En muchos casos la denuncia es totalmente cierta y justa, pero en otros no y puede ocurrir que la persona esté fingiendo o exagerando los problemas que tiene para “sacar el mayor partido posible”.
En nuestra práctica como peritos forenses, pues tenemos que valorar la hipótesis de la simulación o exageración, aunque las personas que no fingen se sientan tratadas como mentirosas. No es esa nuestra intención, pero… hay que valorarla.
¿Qué es la simulación?
Pero bueno, como todo, existen diferentes tipos de simulación:
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EL EMBUSTERO. Es el jeta, el simulador puro, el que le ha dicho su primo o ha pensado por sí mismo: “voy a decir que estoy muy malo y me saco una pasta”. Este finge por completo los síntomas. No le pasa nada, lo sabe y se lo inventa para sacar algún beneficio. Es una situación poco frecuente porque si te pillan te juegas mucho.
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ESTOY MAL, PERO NO TANTO. Estas personas sí que tienen ciertos problemas asociados al evento traumático, pero exageran los mismos, sea intencionalmente o porque lo perciben así.
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TENGO SECUELAS PERO NO SÉ DE QUÉ. Por último están las personas que presentan secuelas claras, síntomas constatables, pero los atribuyen errónea o falsamente al acontecimiento traumático referido.
Llegados a este punto, tengo que indicar que las personas que simulan no lo hacen en la mayoría de los casos porque sean malas personas o quieran engañar a nadie (excepto el embustero, que éste sí quiere engañar). Algunas incluso ni son conscientes de hacerlo y lo hacen porque, de un modo u otro, este comportamiento es adaptativo para ellos, les ayuda. Por ejemplo, si he sufrido un atraco en mi trabajo, en un puesto de cara al público, y tengo cierto temor por si me vuelven a atracar, puedo exagerar los síntomas para conseguir un puesto que no implique estar de cara al público.
Por supuesto, tendríamos también al grupo de personas que sufren problemas psicológicos claramente definidos y causados por un evento traumático. Por tanto, no estarían simulando en ningún grado.
¿Y que se hace para conocer la huella psicológica de una persona y si esa persona no está simulando?
A la hora de determinar con qué nos enfrentamos es donde entra la evaluación psicológica forense, conformando una pieza clave en estos procedimientos, sobre todo en aquellos en los que no existen otros datos o evidencias objetivas para demostrar la causa de las secuelas.
Es por ello, que la valoración objetiva y basada en una metodología establecida, empírica y contrastada científicamente, se convierte en un elemento fundamental como prueba que elimine o reduzca percepciones subjetivas que pueden llevar a error y clarifique los aspectos necesarios para el caso.
¿Y qué es esto de metodología contrastada científicamente?
No es más que el uso de protocolos, técnicas de entrevistas, procesos de análisis del comportamiento y test ampliamente estudiados, investigados y replicados. Estas herramientas de la psicología están permanente en revisión, debate, ajuste y actualización, buscando que ofrezcan información lo más fiable y válida posible. Esto es, estos estudios nos indican que estas herramientas cumplen su función y miden justo lo que dicen que mide.
¿Y a dónde quiero llegar con todo esto?
Pues que si has sufrido un incidente tras el que sufres una sintomatología concreta, ¡adelante! solicita o denuncia lo que te mereces y ve muy tranquilo/a o solicita tranquilamente, la prueba psicológica pericial. Pero si estás simulando, sobre todo si eres consciente de ello, seguramente nos demos cuenta de ello y quizá no consigas mucho. Eso sí, te daremos una buena noticia después de la evaluación: ¡estás bien! o no estás tan mal como dices.
Pd. El objetivo del/la Psicólogo/a Forense no es daros la razón o dejaros por “mentirosos/as” (que sé que lo pensáis), es aclarar los hechos que se soliciten desde la Ciencia del Comportamiento Humano, la Psicología.
Si estáis interesados en este tema, haznos algún comentario a continuación o si necesitas más información contacta con nosotros en el 658 100 555.
By Oscar Pérez Soler (n.º col CM00622) y M.ª Ángeles Moya Navarro (n.º col CV13474) – Psicólogos forenses en grupoVOLMAE.