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¿Qué es?

El síndrome de Estocolmo es un síndrome que pueden llegar a padecer las víctimas que han sufrido algún tipo de abuso, como violencia, secuestro, ser parte de una secta, niños o niñas abusados, prisioneros de guerra o de campos de concentración.

A nivel psicológico, este síndrome se produce cuando las víctimas se identifican y llegan a justificar a los presuntos autores del delito, debido a que llegan a compartir el objetivo de salir ileso del incidente. Debido al nulo control de la víctima, se disminuye la disonancia con éstos, puesto que son los únicos que pueden evitar la peor de las tragedias y de esta forma, salir de la situación con vida.

Inicialmente, la víctima teme por su vida, pero esta idea a medida que va tomando contacto con su agresor, y comprueba que ese riesgo no existe comienza a cooperar para salir ileso del incidente, llegando incluso a empatizar con la idea del agresor y justificar los medios para conseguir su fin. En los casos más extremos, incluso las víctimas pueden boicotear el rescate.

En realidad, es una fase de reajuste a una situación de estrés donde la persona va buscando elementos que le den estabilidad y seguridad, ya que un estado constante de alerta supone un importante desgaste físico y emocional que no se pueden prolongar en el tiempo por el daño que provoca.

¿Qué condiciones favorecen que pueda aparecer con más frecuencia el síndrome de Estocolmo?

  1. Cuando el agresor ha tratado correctamente a las víctimas y no ha ejercido violencia gratuita o indiscriminada.
  2. Cuando se ha mantenido el contacto entre agresor y víctima.
  3. Cuando se prolonga en el tiempo (días o semanas).

Desde esta perspectiva, quizá podríamos entender cómo muchas mujeres víctimas de violencia de género mantienen relaciones con sus agresores, perpetuandose la relación bajo la incompresión del entorno. Incluso mujeres con un perfil social alejado del estereotipo de mujer maltratada es incapaz de denunciar a su agresor. Este tipo de efectos paradójicos son explicados por numerosas teorías. Una de ellas es la que exponen Dutton y Painter, a dos factores, por un lado, el desequilibrio de poder y la intermitencia de la agresión; de tal modo que la mujer desarrolla hacia su pareja un lazo afectivo basado en la docilidad. Otra teoría explicativa se basa en la aparición de un estado disociativo de la víctima que llega a negar la parte violencia de su agresor, mientras que desarrolla un vínculo positivo, negando sus necesidades y mostrándose hipervigilante a las de su agresor.

Tras la experiencia en el trabajo con mujeres víctimas de violencia de género, nos parece importante destacar que generalmente las víctimas desarrollan una sintomatología similar al síndrome de Estocolmo como un mecanismo de adaptación y de recuperación del equilibrio, de tal manera que la mujer busca justificación en el comportamiento de su agresor; generalmente en circunstancias externas o en ella misma (se culpa de la reacción del otro).

Esta explicación nos ayuda a entender porqué las víctimas no denuncian o incluso llegan a defender a sus agresores como productos de un entorno injusto que les provoca la violencia.

Quizá esta explicación, nos ayude a entenderlas más desde todos los ámbitos para no emitir juicios a priori y a encontrar el mecanismo que les ayude a romper estos círculos viciosos.

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